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Aguacate, zanahoria y aloe vera... para el bronceado más ecológico


El aguacate, la zanahoria o el aloe vera, ingredientes claves de los bronceadores ecológicos, son la principal alternativa para evitar que los miles de veraneantes que cada año usan bronceadores convencionales elaborados a partir de sustancias químicas, contaminen su piel y el medio ambiente.

Los agentes químicos de los bronceadores convencionales son absorbidos por la piel del cuerpo y en el mar los bañistas dejan un rastro en el agua que puede afectar a la fauna marina, explica en una entrevista con Efeverde, Hervé Cuitard, responsable de Ecopasión, empresa especializada en venta por internet de productos ecológicos.
Se trata de evitar "confusiones" entre los distintos bronceadores y primar los productos ecológicos sobre los químicos ya que el aguacate, además de ser un potente antioxidante, aporta a la piel vitaminas A, D y E, mientras que el aloe vera regenera la dermis sin contaminar.
La zanahoria es rica en betacaroteno, pigmentos vegetales de color naranja absorbidos por la piel que se convierten en vitamina A protegiendo de los rayos ultravioletas y retrasando el envejecimiento celular.
Además, defiende Cuitard, la eficacia de las cremas solares ecológicas ante los rayos Ultra Violeta (UV-B), responsables de las quemaduras solares, está asegurada por el uso de aceites vegetales cuya función es bloquear estos rayos y actuar como una pantalla que provoca una "sombra" sobre la piel.
En España el uso de bronceadores ecológicos va en aumento y así provincias como Madrid o Barcelona encabezan el ránking de compra de estos productos, seguidos por el País vasco o Murcia, afirma el empresario para quien el principal problema, es convencer al consumidor de que "lo ecológico no es caro sino que es invertir en salud."
Los bronceadores ecológicos, a la venta en tiendas "on line", herbolarios o centros especializados, tienen un precio de venta entre los 15 y 18 euros para botes de 250 ml y con un factor de protección solar (FPS) de 20 ó 40.
En farmacias, donde no es fácil encontrar bronceadores ecológicos, el precio de los convencionales oscila entre los 19 y 21 euros los botes de 200 ml con un FPS de 30 ó 50.
Para los ecologistas, no hay duda de que las cremas solares ecológicas son una gran alternativa y así la ONG Greenpeace incorpora una venta "on line" de estos productos en su página web.
Cuitard asegura que la calidad de lo ecológico es "superior" a cualquier producto del mercado ya que son emulsiones sin derivados de petróleo. En el caso de los bronceadores, lo certifican los sellos internacionales que muchas cremas solares llevan incorporadas.
De esta manera, el sello europeo Ecocert certifica la ausencia de transgénicos, parabenos, fenoxietanol, nanopartículas, silicona, perfumes y colorantes sintéticos, además de ingredientes de origen animal y el carácter biodegradable o reciclable de los embalajes.
www.ecopasion.com

¿Cuánto vale la Naturaleza?

Desde hace unos años los científicos sociales se están planteando esta cuestión. Con la premisa de que lo que no tiene precio no vale nada, en el mundo de las ciencias sociales, particularmente en el área de economía –algunos de los cuales sustentan la hipótesis anterior- hubo una explosión de creatividad para tratar de poner en cifras el valor de la Naturaleza. La intención era muy buena: se trataba de hacer consciente a la sociedad de que más allá del PIB hay cosas como el aire limpio, los bosques o la vida animal que son también riqueza. Es decir, que ampliar la batería de indicadores que sintetizan el estado de un país o una región puede dar una imagen más completa de la situación. Es importante el PIB, pero también que haya más o menos masa forestal. Ese era el mensaje que se pretendía trasladar.

Con ello se abanderaba la conservación de los recursos naturales y el respeto por la Naturaleza.

A finales de los 90 Costanza y un enorme grupo de investigadores (englobado en ese et al. de las publicaciones científicas) detallaron en distintas partidas el valor total del Planeta (1). Más concretamente evaluaron los servicios medioambientales que la Naturaleza provee al ser humano. Aún hoy muchos trabajos de investigación citan este artículo en su introducción.

La pregunta se las trae. No es fácil de contestar. Además de ser compleja encierra una perversidad ajena al contexto en la que se fraguó. Vayamos por partes.

La complejidad es fácil de intuir. Como siempre se ha hecho en ciencia, siguiendo la máxima ‘divide y vencerás’, la forma de acometer una gran cuestión es dividirla en trocitos. Solventar cada trocito por separado y después rezar para que al volver a juntar los trocitos la solución suma de esas partes sea válida.

Y es ahí donde las cosas empiezan a fallar porque las piececitas no encajan.

Los servicios medioambientales, las piececitas, son cosas como la fijación de carbono, el control de la erosión, el reciclaje de nutrientes, el control biológico de plagas o la regulación de riesgos naturales, que pueden ser más o menos obvios. Pero hay otros más subjetivos e indefinidos, como el servicio paisaje o el valor de opción de un territorio.

El primer problema es que estos servicios no son ‘limpios’, en el sentido de que hay una interdependencia entre ellos. La Naturaleza no es un ensamblaje de unidades independientes. Por ejemplo, el servicio almacenamiento de agua no es exclusivo para el ser humano. Parte se ‘pierde’ al ser consumida por la Naturaleza para su propio ‘funcionamiento’. Así, parte del servicio almacenamiento de agua revierte en el servicio ‘biodiversidad’ o el de provisión de oxígeno.
 


A veces la distinción entre servicios plantea cuestiones filosóficas. ¿Cuál es el valor de las especies animales y vegetales, el de la biodiversidad? ¿Es un valor per se? ¿O es un valor porque producen servicios como el control de plagas y el de polinización? En ese caso, ¿los estamos contando dos veces?

Es difícil, pues, separar la Naturaleza en compartimentos estancos y estáticos.

Sin embargo, mediante una serie de hipótesis, se pueden llegar a establecer una lista de servicios. Aparece entonces una batería de nuevos problemas y soluciones de lo más variado, demostrando que los investigadores tienen ingenio e imaginación.

Al final han conseguido colocar una cifra al lado de cada servicio.

Algunas de las metodologías no son conceptualmente complicadas. Sólo requieren una buena base de datos. Así, el servicio fijación de CO2 consiste en calcular cuánto carbono fija la masa forestal de un determinado lugar (ello requiere conocer tasas de crecimiento según especie, compasión de esa masa forestal…) y multiplicar por el precio de la tonelada de carbono que se establece en un mercado.

Otros servicios, como el de control de la erosión, requieren métodos más sofisticados. Cuando se quita cubierta vegetal, cuando se le arranca la piel a la Tierra –la tala de un bosque- se disparan las tasas de erosión debido a que la lluvia no encuentra obstáculo en su golpeteo y la escorrentía formada arrastra el suelo, previamente retenido por el entramado radicular. Una manera de calcular el valor de este servicio es a través del coste de reposición de una tonelada de suelo fértil. Así, multiplicando las unidades de fertilizante necesarias para restituir el contenido medio de nitrógeno, fósforo y potasio de un suelo, por el precio de un fertilizante tipo nos da el coste de reposición de los nutrientes básicos. Lo mismo se puede hacer con el agua que acumularía el suelo perdido, o con la materia orgánica.

Pero además hay que sumar los costes derivados de los daños que produce el suelo fuera de su lugar. Normalmente el suelo erosionado acaba en el fondo de los embalses, disminuyendo considerablemente la vida útil para la que fueron diseñados. Y además hay que computar el deterioro de las conducciones e instalaciones relacionadas con el transporte de agua como consecuencia del aumento de sedimentos.

Y luego hay otros servicios que requieren verdaderas piruetas para ser estimar su valor, como el paisaje. Aquí se recurre a crear mercados artificiales a través de encuestas, utilizando métodos como la valoración contingente. Métodos que se forjan sobre numerosas hipótesis y que tienen muchísimas notas a pie de página. Métodos discutibles y fácilmente manipulables, en los que el investigador puede estar más o menos atento a las interpretaciones que se hagan de su trabajo.

El caso es que finalmente se obtiene un numerito. La Naturaleza está en el mercado, medida en euros. Comparable a otros bienes y mercancías. Y es entonces donde nos topamos con las perversidades.

. A medida que se dejan de observar las anotaciones a pie de página de los investigadores y a medida que se pierde de vista el objetivo inicial de este tipo de ejercicio, las interpretaciones y usos de estos números pueden ser espeluznantes.

¿Qué sucede si en el mercado de CO2 baja el precio de la tonelada?

Que el bosque se deprecia. El bosque sigue haciendo exactamente las mismas funciones. Pero se ve afectado por las fluctuaciones de un mercado que le es completamente ajeno.

Con el argumento de que si no tiene precio no vale nada nos vamos acercando a este tipo de cosas. La Naturaleza empieza a convertirse en una mercancía.

Una aseguradora puede conocer cuánto vale el bosque que se quemó. Paga y punto. El que tenía un bosque ‘tiene’ euros o dólares. Que se deprecian. Un bosque no se deprecia. La especie águila imperial no se deprecia. El aire puro no se deprecia.

Las precisiones de los que hacen este tipo de investigaciones van quedando en forma de letra pequeña, ilegible.

Otros ‘investigadores’, o lo que sean, justifican abiertamente cuantas aves de presa pueden eliminarse de un coto de caza para que las cuentas del negocio sean más boyantes. No puede ser que las águilas coman su ración diaria de caza menor. Así que hay que liquidar unas cuantas águilas. Todo se justifica con unos cálculos que impresionan: sumatorios por todos lados, líneas de ecuaciones, tablas de datos. Todo muy aparente, con su marchamo ‘científico’.

Hay cosas que no se venden. Que no tienen precio. Su valor es infinito.

¿Qué pensarían los que defienden el mercado como solución de todos los males y utilizan los más sofisticados indicadores económicos hasta para saber cuando tienen que orinar si les propusieran que expresasen en milímetros de suelo fértil el PIB de un país?

Qué es absurdo. Pues eso pienso yo de la pregunta que da título al post.

+ POSTS en el blog de jmvalderrama, 'Dando bandazos'

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(1) Costanza et al., 1997. The value of the world's ecosystem services and natural capital. Nature 387, 253 – 260





Evitar los parabenos en cosmética para prevenir el cáncer de mama.

Los protectores solares* de toda la vida, como muchos cosméticos, están hechos con derivados del petróleo y se van acumulando en nuestra piel, impidiendo el correcto funcionamiento de nuestros poros. En especial, los parabenos son utilizados para alargar la vida de prácticamente todos los productos de belleza, y su uso es controversial ya que ha sido vinculado a algunos al cáncer de seno.
Una reciente investigación sobre mujeres con cáncer de mama (Barr et al.) encontró grandes concentraciones de parabenos en los cuadrantes superiores del seno y axila, lugar donde se aplican los antitranspirantes. Uno o más esteres de parabenos fue detectado en el 99 % de las muestras de tejidos obtenidos de las mastectomías. El estudio sugirió que los parabenos podrían estar contribuyendo al desarrollo de cáncer por su actividad estrogénica.

¿Qué podemos hacer para prevenir el cáncer de mama a nivel cosmético?

Que sean cremas solares o de uso diario, las cremas biológicas son exentas de productos químicos como los parabenes, los ftalatos o el Sodium lauryl sulfate. Utilizan otros productos minerales para actuar como pantalla frente a los rayos del sol: el óxido de cinc o el dióxidode titanio, sustancias que no son absorbidas por la piel, y por lo tanto, son menos dañinas.
*Pronto os daremos más datos sobre los factores de protección en cremas solares y su significado real.

Sáhara Occidental. 3/4·1·2012. Zona de confort

El tren de alta velocidad va a trescientos kilómetros por hora. Voy en el último vagón, en el último asiento. Con el mapa de Marruecos desplegado.
El calor excesivo que inyecta el climatizador me está poniendo nervioso. Voy a pasar más calor ahora que en el Sáhara. Es un aire seco. Me empieza a doler la cabeza. Todo el mundo a mi alrededor tiene auriculares, o un ordenador, o un teléfono móvil o un ipad, o una videoconsola. O varias cosas simultáneamente. Escucho quejas incongruentes: jo tía es que no tienen cocacola cero, sólo cocacola light, dice una anoréxica al borde del delirio. Qué mierda, esa peli ya la han puesto –berrea un adolescente miope que apenas deja de mirar con furia a una pantallita en la que mata marcianos (Nota 1). Percibo comportamientos displicentes, de gente acomodada. Acostumbrada a tener todo en cuanto lo piden. Gente que parece triste.
Definitivamente soy un inadaptado al mundo del siglo XXI. A mí me va más el siglo XIX, con trazas del XVII.


Como no puedo soportar la corrosiva atmósfera a la que he ido a parar, me sumerjo en el mapa. Un mapa de papel, de esos que se despliegan y al cabo de varios usos empieza a desgastarse y, eventualmente, se hace un agujero. En las esquinas, donde confluyen varias dobleces. Un mapa de esos con sabor, que no se tienen que recargar. Y que si se mojan probablemente se echen a perder. Y que en el fuego arden. Vamos, una cosa real, tangible.
Localizo los lugares por los que hemos pasado. Se me desenfoca la mirada. Veo siluetas reverberantes. La tapicería del AVE es como una extensión de los colores ocres y amarillentos del Sáhara. Me entra sed. Confundo lo que ha pasado durante las últimas horas. Mil no sé cuantos kilómetros de coche. Algunas paradas.
Me resuena ese ‘¡Levantaos perros infieles!’ del Indio. ‘¡Que hay que llegar a la Mamora!’ El frío que hacía en la tienda. Como recogíamos las cosas aturulladamente. Nos fuimos sin desayunar. Antes de llegar al asfalto apareció un chacal. Como íbamos medio dormidos sólo el que iba en el techo lo pudo ver. Cruzó por delante. Paramos los coches y salimos corriendo hacia un alto. Si alguien nos hubiese visto no sé que hubiese pensado. Dos todoterrenos que van volaos. Frenan en medio del desierto. Salen sus ocupantes y empiezan a correr como demonios para ver quien llega el primero a lo alto del montículo. Y luego se vuelven. Se meten en los coches y continúan.
Absurdo. Porque además no vimos al chacal.
La carrera nos hizo entrar en calor. Tiramos la ropa de abrigo de cualquier forma. En la parte de atrás siempre cabía algo más.
Llegamos al asfalto. Era la carretera que va de Tan-Tan a Smara. Todos estábamos de acuerdo en que lo que más nos apetecía era ir hacia el sur. Y ver qué quedaba del sultán azul. Sonaba a cuento de las mil y una noches.
También me da tiempo a recordar, en este tren que va devorando kilómetros, las deliciosas tortitas que nos comimos acompañadas de té verde y zumo de naranja. Hay cosas que se agradecen de la civilización. Sin embargo entrar en la zona de confort iba ofreciendo algunas limitaciones. Ya no se podía mear en cualquier sitio.


Al norte, siempre hacia el norte. Seguíamos utilizando los walkie talkies para avisarnos de los desvíos. De los controles de policía. De las paradas de avituallamiento.
La sincronización del equipo era, a estas alturas, perfecta. Detectamos halcones. Paramos los coches, y en un periquete teníamos enfocadas a las criaturas. Halcón borní, especie nueva. A la lista.
La noche en el alcornocal fue fría. De madrugada deshicimos el campamento por última vez. Gerardo y yo terminamos de enrollar la tienda con los guantes mojados. Llenos de barro. De arena. Una amalgama pegajosa que finalmente conseguimos embutir en la funda. Espero que la ventile a la vuelta.
Conseguimos colocar los coches en el ferry. Vimos delfines. Y tortugas. Estos tipos no desconectan ni un momento.
En Algeciras se empezó a desmembrar el equipo. Nos íbamos separando. Los conductores estaban cansados. Todos estábamos deseando tomar un bocadillo de jamón y una cerveza. Algunas cosas buenas tenían los rumis .
Cada vez que vengo de uno de estos viajes me dan unas irrefrenables ganas de culturizarme. De empaparme de zoología, de geología. De empollarme la enciclopedia Fauna. Me gustaría saber de aves. De huellas. Me gustaría saber organizar la logística. Pero me doy cuenta de que lo que realmente me apetece es contarlo. Y eso es lo que hago.
El tren me deja en Atocha. La gente lo abandona a toda prisa. Como si hubiese un incendio. Queda la última parte de las Navidades. El Roscón de Reyes. Lo que más me gusta. A ver qué sorpresa me encuentro.
Lo que está asegurado es el carbón y la ducha que me voy a dar.

¡¡¡¡Equipooooooooo!!!!

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Nota 1. Mi desconocimiento es tal que más tarde averiguo que eso de matar marcianos es algo bastante noble y caduco. Ahora los chavales juegan a cosas en las que representan a un violador cuya misión es sacarle las tripas a cualquier ciudadano que vea por el juego. Todos, potencialmente, son unos cabrones con patas que hay que eliminar. Una ligera extrapolación del comportamiento adoptado en el juego a la realidad podría deshacer una sociedad.


Sáhara Occidental. 2·1·2012. Gueltas

Las pequeñas heridas van haciendo cada vez menos confortable el viaje. Arañazos, labios partidos, rozaduras, golpes, pies magullados. Resfriados que se van consolidando. Padrastros de los que se tira hasta deshacer los dedos.
Esto se acaba. Hemos disfrutado de la última hoguera. Pensaba que no habría madera. En la zona de los gueltas -charquilones de aguas salobres que jalonan el curso de un oued- la vegetación escasea. Pero finalmente, entre todos, hemos logrado juntar en poco tiempo una considerable cantidad de madera reseca y nudosa.
Soplaba aire. Migue ha dispuesto unas piedras de manera que las llamas no se desperdigasen. Antes de cenar hemos rellenado los tanques de los coches de gasóleo. Nos queda algo más de una garrafa de agua. Haciendo las cuentas hemos salido a poco más de dos litros por persona y día. Incluyendo el lavar cacharros y una higiene mínima. Muy mínima.
Hemos pasado la tarde peinando este terreno de barrancos. Otra vez la fauna ha sido muy escasa. Huellas de chacal y de gacela. Huellas y poco más.
 
Gerardo se ha apostado en lo alto de un cerro. Desde allí ha controlado un inmenso llano que se extiende hacia el sur. Prometedoras manchas de matorral. No ha querido desgastarse para hacer un último intento nocturno. De todas formas no cree que tenga muchas oportunidades. ‘Cada vez que llegamos a un sitio nos desplegamos y barremos todo el territorio en varios kilómetros a la redonda’ Dice Ángel. ‘Así que cuando salís de noche los bichos se han espantado’, argumenta. ‘Quizás para otra vez haya que cambiar el procedimiento. Acampar en un sitio y explorar otro. O dejar a Gerardo, ya de noche, a varios kilómetros de donde hayamos estado’.
Es así, a base de conclusiones obtenidas tras los fracasos, como se va perfeccionando la técnica de rastreo. Es así como se va conformando el embrión del próximo viaje. El Indio ya tiene en su cabeza las zonas que le parecen ser más dignas de ser transitadas. Yo, por mi parte, todo lo que sea seguir hacia el sur me parece bien. Este es un territorio inmenso.
Los gueltas no siempre sobreviven. Muchos son estacionales. Pisamos el légamo cuarteado. El suelo crujiente de sal. A veces un espesor cenagoso, con textura de chocolate líquido. Distintos estados de los elementos que conviven, según la topografía y la disposición de las sombras.
 
Restos óseos de las tilapias que vieron como el sol fue menguando el reservorio de agua en el que vivían. Una casa cada vez más pequeña. Un techo cada vez más bajo. Una casa expropiada por la evaporación. No es cuestión del Euribor, sino de los grados Celsius. Dejaron los huevos enterrados en el fondo arcilloso. Las próximas lluvias traerán a la vida la siguiente generación.
Escamas entre la sal. Pescado a la sal. Farallones entre los que sigue el oued. Estratos que parecen el espinazo del desierto.
La última noche en el desierto no es tan fría como las anteriores. Paso un rato leyendo una novela. Poniendo en orden las notas. Ha sido uno de los pocos días que he tenido tiempo. Trato de leer dos poesías que ha escrito una amiga. Pero necesito cosas más sencillas. Me va mejor el ambiente de las calles húmedas de San Francisco de la novela negra. En todo caso el sueño me vence pronto. Apago el frontal. Me reacomodo entre el amasijo de jerseys, guantes, gorros, camisetas, que se han acumulado en la cabecera. Me escondo en el saco.
Mañana carretera y manta.